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Comenzar el año comiendo doce uvas al son de las campanadas de Fin de Año solo pasa en España. Muchas de estas frutas se producen en el valle de Vinalopó (Alicante), cultivadas con una técnica centenaria y artesanal que consiste en el embolsado de los racimos, uno a uno, para evitar las plagas y lograr un ligero sabor a moscatel.
Las uvas doradas que a finales de septiembre comienzan a aparecer en nuestros mercados provienen de los términos municipales de siete pueblos: Agost, Aspe, Hondón de las Nieves, Hondón de los Frailes, Monforte del Cid, Novelda y La Romana; todos ellos son parte del Valle del Vinalopó, en la provincia de Alicante, que dejó, a su paso, hace millones de años, una tierra blanca y aparentemente inhóspita.
En esa exclusiva comarca miman los racimos de una uva de piel fina y sabor dulce con una técnica que desarrollaron hace 100 años para evitar sucesivas plagas y que convirtió a la zona en poseedora de una técnica artesanal, única en el mundo, que es el embolsado de los racimos, uno a uno, con un bolso o traje de papel que cierran con un cintillo, que antes era de esparto y ahora es de plástico y que recuperan cuando pasan a los almacenes para su distribución en cajas.
Las protagonistas son siete variedades llamadas Aledo, Ideal, Dominga, Doña María, Rosetti y Victoria en piel clara y Red Globe en piel negra.
Empiezan a finales de julio o mediados de agosto a poner a mano millones de bolsos como quien ordeña las viñas emparradas, esto protege los racimos del sol directo y los insectos, retrasa la maduración unos treinta días y hace que el grano coja un color uniforme, suavemente dorado y con un ligero sabor a moscatel.
Es la única uva de mesa con DOP (Denominación de Origen Protegida), ganada a base de un riguroso seguimiento desde los inicios en el campo hasta en las mesas de selección de racimos, que mujeres de la zona revisan y separan por peso, a partir de 200 gramos la categoría extra, sin defectos y de 150 gramos la categoría 1ª, que admite algún grano de coloración más intensa.
Si pasan camino del Mediterráneo merece la pena desviarse en Novelda, por ejemplo, y contemplar un paisaje de contrastes con viñas verdes perfectamente alineadas, vestidas con esos «fanales» de papel impoluto colgando de sus ubres, en medio de ramblas y montes pelados, diríamos –sin exagerar– casi bíblicos.
Cuenta la leyenda…
Comenzar el año comiendo doce uvas al son de las campanadas de Fin de Año solo pasa en España. En otros países también tienen sus ritos, algunos gastronómicos, como cenar lentejas en Italia o los doce dulces de la Provenza francesa, excusas que nos buscamos para celebrar con más intensidad las esperanzas renovadas que ponemos en palabras como Año Nuevo. Todo empezó en el año 1909, cuando un exceso de producción hizo que a unos agricultores alicantinos se les ocurriera la feliz idea de hacer coincidir ilusiones y uvas. Pero esta es solo una versión de las muchas que giran alrededor de esta costumbre.
La que parece contrastada, me la han contado este año y tiene que ver con el periódico El Imparcial. Allí es donde aparece el primer anuncio, el 29 de diciembre de 1898, en el que los productores del Vinalopó promocionan sus uvas como «Las uvas de la suerte». ¡No era una inocentada!
Y eso te lo cuentan mientras juegan con un dron que sobrevuela nuestras cabezas vigilando las viñas y José Bernabéu, presidente del Consejo Regulador, y Paquita, su mujer, acaban de cocinar una «gachamiga» crujiente con uvas del Vinalopó para el almuerzo… Así son.